La gravedad del de Japón hizo que éste quedase en segundo plano informativo, pero en cualquier caso, y como en septiembre del 2005 estuve de vacaciones en Birmania, la noticia me hizo volver a recordar aquel viaje que hice al sudeste asiático.
Y es que Birmania es uno de los lugares más exóticos que he visitado y, además, el que hice a aquel país fue uno de los viajes de septiembre que más me han gustado, y en el que la suerte, la meteorología, y todo en general fue favorable de principio a fin.
La cosa comenzó con que, en teoría, el grupo de viajeros deberíamos haberlo formado cuatro personas, pero una que tendría que haber venido, anuló su reserva, razón por la cual éramos unicamente tres viajeros. Pues bien, la suerte apareció por primera vez en aquel viaje en forma de agencia de viajes que aceptó que siendo únicamente tres personas, alcanzábamos el grupo mínimo exigido para que nuestro viaje saliese (y es que en sus normas indicaban que el número mínimo era de cuatro viajeros).
Vía Estambul y Bangkok llegamos a Rangoon, capital de Myanmar (antes y durante siglos conocida como Birmania)
Tras una breve estancia (un par de días) en la capital marchamos hacia Mandalay en el tren nocturno (que a media tarde salía de Rangoon).
¡Una delicia ir viendo atardecer desde el vagón del tren!
A la hora de dormir, los tres viajeros y la guía nativa que nos acompañó durante todo el viaje, acondicionamos como pudimos las viejas literas de nuestro compartimento (para 4 personas), y la noche fue pasando poco a poco y de aquella manera, pues era difícil conciliar el sueño y dormir en aquel caluroso compartimento de un tren que parecía desvencijarse en cada tramo de vía que cruzaba.
En cualquier caso, y habiendo dormido poco, al amanecer estábamos en Mandalay.
Tras dejar las cosas en el hotel, la primera visita que hicimos fue a la estupa de Mingun, en una población próxima a Mandalay, hasta la que fuimos navegado por el río Irawadi en un pequeño barco (viaje que todos aprovechamos para dar una cabezada, y recuperarnos de la noche en blanco que el tren nocturno nos había dado).
Después de tres días en Mandalay y alrededores (visitando entre otras cosas y además de la ya indicada estupa de Mingun, el puente U Bein en Amarapura el cual es el puente de madera de teca más largo del mundo), nuestra siguiente escala en ese viaje fue la población de Bagan, hasta la que nos desplazamos nuevamente por el río Irrawaddy, pero en esa ocasión a bordo de un Ferry que lo recorre.
¡Un consejo respecto de ese viaje en el Ferry! Llevad un buen libro para leer y/o un reproductor de MP3’s con vuestra música favorita, pues el viaje por el río es largo (varias horas), y termina por resultar aburrido.
Una de las canciones que sonaba en mí reproductor de MP3's me ha servido para dar título a este post: "On the road to Mandalay" interpretada por Frank Sinatra.
Respecto de la zona de Bagan, con sus cientos de estupas y pagodas, patrimonio de la humanidad de la UNESCO, diré que es visita obligada para todo viajero que se precie de serlo.
En nuestro caso dedicamos tres días a visitar, acompañados por la guía, las pagodas más importantes (hay decenas de ellas), tras los cuales dedicamos un día adicional (el cual recuerdo con especial cariño), y tras alquilar bicicletas, a recorrer tranquilamente y a nuestro aire los alredores de la población, visitando las pequeñas, pero muy interesantes, construcciones religiosas.
Y después de esos días en Bagan, nuevo desplazamiento (en furgoneta), esta vez hasta la zona de Pindaya para hacer un trek de un par de días hasta el monasterio de Yatzakyi.
Durante el trek hasta el monasterio (se emplea casi un día para llegar, y tras hacer noche en él, casi medio día para volver -el camino de vuelta es cuesta abajo-) nuevamente la suerte estuvo de nuestro lado, esta vez en forma de meteorología favorable, pues en caso de habernos llovido tal y como les ocurrió a una pareja de turistas españoles con los que, la noche antes de comenzar nuestro trek, coincidimos en el hotel, esa caminata cuesta arriba hasta el monasterio y por caminos de tierra –es decir, por barrizales- hubiese sido un pequeño drama, tal y como les ocurrió a ellos dos.
En cualquier caso, como de nuevo la suerte acompañó, aquel trek resultó ser una delicia, y el monasterio en el que pernoctamos, me recordó al mítico Shangri-La (de la novela y película Horizontes Perdidos).
Tras volver del monasterio a Pindaya, visita a las cuevas de Pindaya repletas de imágenes de Buda, tras lo cual, nuevo desplazamiento en furgoneta, en esa ocasión hasta el lago Inle.
Debido al mal estado de las carreteras birmanas, dicho traslado requiere medio día, pero, curiosidades de la vida, lo que pensé que sería un desplazamiento aburrido, resultó ser, al menos para mí, muy agradable, y mientras que el resto del pequeño grupo dormitaba en los asientos de la furgoneta, yo disfrutaba contemplando el paisaje y haciendo, desde la ventanilla de la furgoneta, “lomografías” digitales, sobre la marcha.
Ya en el lago Inle, me pareció muy curioso su sistema de cultivar verduras en unas “islas-huerto” artificiales, las cuales construyen utilizando algas y plantas acuáticas para hacer de “flotador” de la isla-huerto, y sobre el que ponen capas de tierra, en la que, propiamente dicho, plantan las hortalizas.
Y por último, en avión, nos desplazamos hasta la zona de Kyaing Tong, próxima a la frontera con Tailandia, y donde visitamos los poblados de las minorías étnicas Lahu y Naun Seng.
Nuevamente la suerte (en forma de meteorología) nos acompañó, salvo el último día, en que llovió sin parar, cosa que hizo que el trek por aquellos caminos de montaña, se convirtiese en una pesada caminata por el barro, pero puesto que era el último día de trek, hasta resulto entretenido un fin de fiesta pasado por agua y barro, para poder contar lo que eso supone.
La vuelta del final de viaje la hicimos, tras despedirnos de la guía que nos había acompañado desde nuestra llegada a Rangoon, cruzando en la población Mae Sai la frontera de Birmania con Tailandia.
Desde allí, continuamos en furgoneta, y por unas fantásticas carreteras, que ya nada tienen que ver con las Birmanas, hasta la bonita ciudad de Chiang Mai, donde llegamos a primera hora de la tarde.
Allí nos alojamos en un hotel de gran lujo (Pornping Tower Hotel)
¡Realmente, la expresión “lujo asiático” viene de cosas como esa!
Tras dejar las cosas en el hotel, dedicamos el resto de la tarde y algo de la noche a visitar uno de sus famosos mercados (Chiang Mai Night Bazaar) y a cenar deliciosa comida Thailandesa.
Al día siguiente, dedicamos toda la mañana a visitar el centro histórico de la ciudad, donde aún había algunas zonas parcialmente inundadas por la crecida del rio Ping.
Finalmente, a media tarde partimos en el vuelo hacia Bangkok, para enlazar directamente con el vuelo nocturno de vuelta hacia España, haciendo de nuevo escala en Estambul.
Como decía al comienzo de este post, el de Birmania es uno de los mejores viajes que he hecho, y por eso lo recomiendo a todos aquellos viajeros interesados en la cultura oriental, y que quieran visitar un país aún no excesivamente masificado por el turismo occidental.